Soy una máquina de inventar excusas y de echar balones fuera. Me doy cuenta de continuo. Cualquier nueva idea interesante que se asoma a mi perímetro mental tiene pocas posibilidades de sobrevivir a mi afilado análisis. En el caso de que ponga en duda mi idea del mundo, lo más probable es que sea expulsada antes incluso de que mi consciente la registre. Y no voy a decir que mi idea del mundo es optimista. Tampoco se ciñe, ni mucho menos, a la realidad.
Pero también existe una pulsión interior que me proyecta hacia paisajes más estimulantes, amables o —por qué no— felices. El resultado: hay una lucha dentro de mí entre la parte inquieta a la que le gusta jugar y quiere fluir con la vida y la parte que quiere mantener el status quo a toda costa, aunque aquí dentro apeste. A priori, esto promete.
Dicho lo anterior —como advertencia— os cuento algo: en los demás lo veo todo mucho más claro. ¡Es más fácil, ¿verdad?! Siempre me ha intrigado mucho cuando soy espectador de una de esas tremendas contradicciones absurdas ¿Cómo es que —los demás— no se dan cuenta? Por ejemplo, cuando frente a la propuesta de una alimentación basada en plantas por cuestiones éticas hay quién salta y dice: «si todos nos hiciéramos veganos arrasaríamos con el Amazonas y todos los bosques del planeta para cultivar todos los vegetales que tendríamos que comer». El caos, ¿verdad? Pues no. Simplemente una idea que se quiere despejar fuera del área, así, a lo loco.
No hay que fijarse siquiera en estudios científicos para saber que los animales que criamos para alimentarnos han tenido que alimentarse a su vez de algo y que normalmente ese algo son plantas —no piedras, vamos— y que es bastante probable —por lógica— que todo lo consumido en su vida antes de llevarlos al matadero sea mucho más de lo que después aprovechamos de su carne en relación a nutrientes. En todo caso y por si alguien tiene dudas, está demostrado científicamente que la producción de carne para la alimentación humana no es un proceso eficiente. Evidentemente luego entran otros factores en juego, no solo de eficiencia vive el ser humano. Aunque el asunto concreto de la sostenibilidad se está convirtiendo en una cuestión de vida o muerte para nuestra civilización, ciertamente.
Entonces, ¿de dónde sale esa frase dicha con tanta convicción? No se me ocurre otro que ese lugar dentro de cada cual donde reina esa parte que defiende el estado actual de las cosas a capa y espada.
Otra de las cuestiones que me llama poderosamente la atención y sobre la que vuelvo y vuelvo bastante a menudo —me va eso de darle vueltas a las cosas— es que si todos nos dedicáramos a lo que realmente sentimos inclinación por hacer, el mundo sería un caos. Esta hipotética sociedad estaría totalmente desequilibrada y nadie haría las tareas más pesadas o desagradables; acabaríamos como cuando vivíamos en las cavernas. Ummm, no sé, la verdad. Yo mismo lo creo, aunque sea sin querer, por aquello de mi parte que echa balones fuera. En el fondo, siento que es una de las grandes excusas que utilizo para mantener un perfil bajo y no hacer el esfuerzo de salir al frío a pelearme mi lugar en el mundo. E intuyo que no soy el único.
Los humanos —como otros animales— nos organizamos en estructuras sociales. La estructura social predominante en estos momentos es más o menos en la que estoy yo y en la que con mucha probabilidad estás tú también inmersa. Sin entrar en mucho detalle, esta estructura tiene un sistema para decidir a qué se dedica cada cual para ganarse la vida o incluso como labor social. Tiene que ver con estudios (primaria, secundaria, formación profesional, universidad, formación no reglada…), con empresas que se mantienen a través de beneficios económicos, con un mercado regulado por la oferta y la demanda —en teoría—, por una serie de servicios públicos garantizados por el estado, una escala de valores, etc. El caso es que este sistema ciertamente se ocupa de colocar a cada uno en su sitio y que no falte nadie en los puestos que lo hacen funcionar. Otra cosa es que a veces sobra gente, pero eso no parece afectar gravemente al sistema: este sigue funcionando.
En el anterior párrafo he destacado varias palabras en cursiva porque creo que ahí radica el quid de la cuestión. En el fondo, el sistema garantiza el funcionamiento del propio sistema pero puede no garantizar el buen funcionamiento de sus integrantes. Puede, de alguna forma, dejarlos fuera. Entonces, ¿cual sería el peligro de que de repente las personas decidiéramos hacer lo que realmente sentimos que queremos hacer en vez de lo que la sociedad necesita? Supongo que esta estructura social tendría que adaptarse al comportamiento de sus nuevos miembros, tendría que cambiar o… desaparecer.
Nunca me ha gustado esa idea por la que solo algunas personas pueden dedicarse a lo que les gusta o pueden llevar la vida a la que aspiran porque si todas lo hicieran el sistema colapsaría. Siento un especial rechazo por ese concepto del mundo y aunque no tengo una demostración científica estoy convencido de que no es así. Es la misma intuición que me lleva a pensar que no es solo posible y sostenible sino deseable y mejor para el medio ambiente, que los seres humanos cambiemos globalmente nuestra dieta hacia una basada en plantas, ya sea por los animales, por el medio ambiente o por nuestro propio beneficio.
Hay cosas a tener en cuenta, desde luego. No me refiero a que todas podamos acceder a la vida que aspiramos a nivel material, porque nuestro planeta tiene recursos limitados. Tampoco estoy hablando de que todas merezcamos poder dedicarnos a muestra pasión o vocación cómodamente sin esfuerzo, sin asumir riesgos, sin mostrar coraje. Lo que no comparto es la idea clasista de que hay solo unos cuantos puestos para vivir la vida que uno quiere vivir y que la lucha es contra los demás por ocupar uno de esos lugares exclusivos. En vez de ello, creo en la superación de mí mismo —con la ayuda de los demás— por ocupar el lugar al que me siento llamado. Y que hay un lugar para todas.
Por lo tanto, aunque mi parte rígida tira hacia otro lado, yo siento que si todos tuviéramos la oportunidad de dedicarnos a aquello que podemos llamar nuestra vocación, al final, la estructura social se adaptaría y aquellas cosas que nadie quiere hacer dejarían de hacerse o las haríamos todas un poco, y la sociedad se transformaría en otra más ajustada a las necesidades de sus integrantes. Y esto nos ayudaría a crecer como individuos porque nos impediría ponernos muchas excusas que continuamente nos ponemos. Aunque eso no nos evitara tener que ser valientes, esforzarnos y mojarnos para alcanzar nuestras aspiraciones.